Crónicas Del Milimetrón - Daniel Duche & Victoria Duche

Mi hermana solo se vestía de hadita cuando había una misión. Y ese era su traje sucio. El de la suerte. Abrí la alacena y tiré todas las latas de un golpe. En el horno tampoco estaba. Me detuve un momento y cerré los ojos para recordar. Escupí la tostada, el dulce de leche me embriagaba y no podía pensar con claridad.
Estaba seguro de que Aurora había ido a la cocina. Cuando me senté lo descubrí. Allí estaba, aún con vestigios de espuma. Cuando me incliné, mi mano se enchastró en la pequeña huella de mermelada del mantel. Era de La Pulga. Sin duda estaba allí, sumergida en el mate cebado que nadie tomó.
Subí a la mesa y respiré hondo. Recité los mantras de mis ancestros, o casi todos porque vaya uno a saber si sirven y, en cuclillas, tomé la bombilla tibia con ambas manos. Antes de que la tía volviera con el gato envuelto en su cuello, bajé a los verdes infiernos del brebaje.